Historia de Jabalcuz

Los 1614 metros del imponente y majestuoso monte Jabalcuz han marcado la vida y existencia de los jiennenses desde el principio de los tiempos.Está situado al sur de la ciudad de Jaén y a unos 3 kilómetros escasos de ésta.



Visible desde gran parte de la provincia de Jaén, Jabalcuz ha sido, es y será punto de referencia para todo aquel que visita Jaén.
Se sitúa entre los términos municipales de Los Villares, Jamilena, Torredelcampo y Jaén.
Su nombre procede del árabe yabal al-kūz (جبل الكوز) o «Monte de la Jarra».

Termas y Jardines

A sus pies se erigen los restos de los antiguos Balneario y Jardines de Jabalcuz.
El Balneario y los jardines de Jabalcuz fueron un complejo de baños termales y jardines situados en el cerro de Jabalcuz.
La presencia de baños termales en Jabalcuz se documenta desde inicios del siglo XVII. En 1781 el consistorio decidió unirlos a la ciudad de Jaén mediante un camino carretero que supondría el inicio de diversas actuaciones por parte de los cabildos municipal y catedralicio. El deán Martínez de Mazas, principal impulsor de la urbanización de la zona, ordenaría la construcción de una plazoleta con casas para los bañistas y una ermita dedicada a los Santos Cosme y Damián. La época de máximo esplendor económico del balneario abarca desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. En 1925 el arquitecto Antonio Flórez Urdapilleta, autor de la Residencia de Estudiantes de Madrid, redacta para el entonces propietario, el ministro José del Prado y Palacio, un colosal proyecto de reforma y ampliación, con la construcción de diversos inmuebles con la pretensión de ennoblecer y modernizar el paraje, el cual sólo se llegaría a ejecutar en parte. Los jardines, íntimamente ligados al balneario, fueron diseñados por el proyectista de la Rosaleda del Retiro, Cecilio Rodríguez Cuevas, e inaugurados junto al casino-restaurante, factura del arquitecto Alberto López de Asiaín, en 1926.
El balneario y jardines de Jabalcuz poseen unos amplios valores arquitectónicos y artísticos, interviniendo en ellos autores de académico prestigio, a los que han de añadirse los valores sociales, paisajísticos y botánicos que aun permanecen en un paraje cuya amplia trayectoria temporal está plenamente vinculada a la historia de la ciudad de Jaén .
Según la investigadora M.ª Teresa López Arandia,  las primeras noticias de las aguas termales de Jabalcuz se remontan a un acta capitular fechada el 13 de julio de 1594, en la que el cabildo municipal solicita sea estudiado el proyecto para la construcción de unos baños. En 1600 se redacta una nueva acta en la que se asignan importantes partidas económicas para la compra de terrenos, que desde ese año y hasta 1870 serán de propiedad municipal.

No obstante, la historia del desarrollo urbano de la zona como lugar de esparcimiento de la ciudad de Jaén se inicia en 1781 cuando el Ayuntamiento construye un amplio camino carretero que une la ciudad al paraje desde el Puente de Santa Ana (en la actual Glorieta Lola Torres), bajo la dirección del caballero veinticuatro Fernando María del Prado. Dicho camino, que correspondía con una antigua cañada real, transitaba desde el salto de agua denominado ojo de buey siguiendo el arroyo del Balneario por Valparaíso. Dentro de la misma iniciativa, la administración local ampliaría los antiguos baños con un edificio independiente para mujeres, quedando el primitivo, que los textos citan como de mampostería de buena fábrica y cubierta abovedada, para los hombres.

El cabildo catedralicio, auspiciado por el Deán Martínez de Mazas, conviene con la construcción de este camino para ejecutar un importante proyecto con la pretensión de ennoblecer y rentar la actividad balnearia de Jabalcuz. Una extensa heredad de propiedad eclesiástica, que fuera adquirida en 1653 por el canónigo Francisco Jerez, se convierte en el principal escenario de las actuaciones, la citada en los textos como Casería de Jerez, topónimo que persiste en la actualidad. Así, levanta una hilera de seis casas equipadas para los bañistas más pudientes junto a una ermita dedicada a los Santos Cosme y Damián. Los edificios, ofreciendo fachada a una plazoleta, formaban una estructura en escuadra orientada hacia los baños, situados en una cota superior. Por su parte, Fernando María del Prado propone la compra de parte de la heredad eclesiástica para levantar un albergue próximo a los baños.

El cambio decisivo ocurre a partir de 1846, cuando el municipio, propietario del baño y edificios de la plaza principal, dota al balneario de dirección médica y lo adapta dos años después al régimen sanitario nacional. Debiendo ser reformadas sus instalaciones, los nuevos proyectos fueron planteados según el gusto del romanticismo decimonónico. Se erige también una residencia para médico y bañero en la plaza principal y, junto al camino a su paso por la Casería de Jerez, una hilera de casas para bañistas y un nuevo baño que van a recibir la misma denominación que la histórica heredad.



En 1870 se subasta públicamente el balneario, que contaba con dos edificios: el de los baños y el de la casa del médico-director y el bañero (posteriormente habilitado para casino). La adjudicación fue concedida al empresario Manuel Fernández Villalta. En 1884 se reforma y acondiciona en su totalidad el edificio balneario, bajo la dirección del arquitecto provincial Justino Flórez Llamas. El nuevo edificio -que en buena medida corresponde al actualmente conservado- es de mampostería con planta en forma de U. Posee dos plantas más sobrado, la baja destinada a baños y las superiores a fonda. Hoy enfoscado en cal, originalmente su fachada principal presentaba la planta inferior con aplacado de piedra y la superior con ladrillo visto, con sillares reforzando las esquinas. Mediante una pasarela, conectaba la planta primera de hospedería con un edificio próximo, destinado a casino y servicio de correos y telégrafos, de exclusivo funcionamiento en los meses de verano. El balneario y fonda constituyen el inmueble de mayor presencia arquitectónica del conjunto, expresión de su centralidad, presidiendo la plaza y camino en su frente. La nueva imagen que ofrece el conjunto permite que en la Exposición Universal de Barcelona de 1888, sus aguas mineromedicinales reciban la medalla de plata.



Durante el siglo XX Jabalcuz asiste a la cancelación de varios proyectos, como la construcción de un tranvía eléctrico que lo uniría con Jaén, o el gran estudio de reforma en 1925 de Antonio Flórez Urdapilleta -de claro estilo centroeuropeo y que pretendía la proyección internacional de Jabalcuz-, del cual sólo llegarían a materializarse los jardines de Jerez y un casino-restaurante anejo gracias a su construcción anterior.

Los jardines, diseño de Cecilio Rodríguez Cuevas, se disponen en una pendiente que parte de la carretera y la plaza donde se ubican las denominadas casas gemelas (organizadas en dos crujías paralelas de dos plantas con patio central) y baños de Jerez (no terapéuticos e independientes del balneario), inmuebles de mediados del XIX que se reforman e integran como lugar de ingreso. Los jardines están organizados en cuatro terrazas, mayor la última, y donde se desarrolla el paseo central. Se conectan mediante una escalera de tramos variables y balaustrada coronada de macetones. De cada terraza parten senderos, algunos recorridos con pérgolas entoldadas de vegetación, que conducen a cenadores y bancos para atraer el reposo. En la segunda de ellas existe una alberca para riego. El acceso al paseo inferior se realiza por una escalera de doble tramo que abraza una gruta artificial de rocalla cubierta de hiedra, de la que surgía un manto de agua.

El paseo inferior está ordenado en torno a una plaza central con una fuente circular también de rocalla coronada por una escultura del Espinario. A partir de ella se desarrolla un laberíntico diseño de setos que dirigen a cenadores, parterres de flores y quioscos. En un lateral y con acceso directo, el casino-restaurante, factura del arquitecto Alberto López de Asiaín, haría también las veces de teatro.

Por último, a los pies del paseo, se conservaría e incorporaría un centenario bosque de pinar perteneciente a la anterior quinta de campo (Casería de Jerez), al que se accedía a través de un escarpado sendero que da paso a esta zona de mayor recogimiento, que encierra una cascada con amplio estanque.



Las décadas de 1930 y 1940 pueden considerarse las de mayor esplendor del conjunto, especialmente para la sociedad burguesa de las provincias cercanas. En el transcurso de la Guerra Civil, se instaló en el paraje una colonia refugio para escolares y en diciembre de 1937 se habilitó una escuela rural, anexa a una nueva iglesia erigida tras la ruina de la ermita. Escuela e iglesia ocuparon el espacio de las antiguas casas de Jabalcuz, contiguas al edificio balneario.

Durante los años 50 la actividad se mantiene, enfocada casi exclusivamente a bañistas de Jaén y provincia, que acuden a comer en los ventorrillos, y de veraneo en las diferentes casas de alquiler, atraídos además por una conveniente oferta cultural de cine, teatro y verbenas estivales. Hasta el fallecimiento en 1972 de la marquesa de Blanco-Hermoso, Ana Josefa Mariscal y Tirado, residente en la casería de Nuestro Padre Jesús, se sucedieron algunos proyectos de reforma que, aunque escasos, alargaron durante años la vida del balneario. En 1982, sus herederos, conscientes del evidente declive, definitivamente procedieron a su venta a una empresa promotora. No obstante, jardines -aún a pesar de su progresivo abandono- y ventas ampliarían la memoria del paraje unos años más, destacando la casería del Ventorrillo y la popular abacería de María "La Guarra".

Termalismo

El termalismo no es sino la acción terapéutica de algunas aguas minerales sobre determinadas enfermedades, fundamentalmente afecciones crónicas del aparato locomotor, respiratorio y digestivo, bien por vía oral o mediante inhalaciones, baños, lodos, chorros, saunas, etc.
Esta práctica, ya extendida desde la Antigüedad, se revaloriza en el XVIII y XIX, cuando se desarrolla la idea de que la naturaleza y el nihilismo terapéutico eran los mejores medios para devolver la salud a los enfermos[1]; en cualquier caso la falta de antídotos para dolencias crónicas llevan a aceptar a aquel líquido como mal menor, puesto que si bien podría no curar, en ningún caso ocasionaría daños.
Será en el siglo XVIII cuando en nuestro país comienzan a difundirse las instalaciones balnearias dentro de una corriente general europea, destacando en un primer momento las Islas Británicas y Francia.
En España la moda balnearia que llega de Europa renovará los lugares tradicionales de curas termales, convirtiéndose en centro de veraneo y relación social para las clases más acomodadas, mientras que las populares, hasta entonces asiduas a estos centros, ven disminuir los espacios a los que se les reduce, e incluso en algunos casos llegan a desaparecer. El cliente no busca ya tanto un establecimiento para mejorar su salud sino un lugar donde pueda disfrutar del ocio, la relación y el prestigio social, en el marco de la temporada estival.



Sin duda, gran influencia en su desarrollo tendrá el espíritu romántico del momento, que postula la evasión de la ciudad hacia la naturaleza, la gratificación placentera del viaje, el contacto con el paisaje como espectáculo sublime, en definitiva una estética privilegiada. De esta forma aparece el balneario como un lugar privilegiado, que comporta un fenómeno cultural, sociológico y, evidentemente, arquitectónico.
Los balnearios españoles inician la mejora de sus instalaciones e infraestructuras, al convertirse los tratamientos hidroterapéuticos en uno de los más notables métodos en el arte de curar, dadas las propiedades de las fuentes mineromedicinales y la escasez de recursos farmacológicos, así como los progresos químicos que permiten un análisis detallado de las aguas.
De todas formas es obvio que en nuestro país estos establecimientos no llegarán a alcanzar la importancia de los de gran parte de Europa aunque su relevancia económica y social no es despreciable, destacando el interés de la burguesía decimonónica por la construcción y adquisición de tales estaciones, que en el último tercio de siglo alcanzará su momento de mayor esplendor.
De hecho a fines del XIX se producirá la transformación de buena parte de ellos, pasando de ser la tradicional casa de baños a convertirse en estaciones termales, mediante una serie de modificaciones en sus instalaciones, cada vez más complejas para dotarlas de mayores prestaciones y servicios a sus usuarios.
En las postrimerías del XIX y albores del XX la visita al balneario para tomar las aguas se convierte en práctica frecuente en un determinado ámbito social, no sólo como terapia sino como lugar de recreo. Se pasa por así decirlo del curista al turista, fomentado por lo pintoresco de las estaciones y su entorno, la difusión de ese retorno a la naturaleza tan en boga, y el prestigio social que de su estancia se desprendía.
Será en estas fechas cuando surgen los primeros empresarios impulsores de este tipo de establecimiento, que requieren una inversión, planificación y divulgación que ya no es compatible con el promotor tradicional, normalmente un personaje destacado del lugar, con unos recursos limitados.
Determinados empresarios se conciencian de que los usuarios no sólo demandan las aguas termales y los servicios médicos del establecimiento, junto a ello se demanda toda una parafernalia, donde el ocio y la atracción generen otras actividades que configurarán la vida del balneario: juegos, teatros, excursiones...Servicios que oferta el empresario, que en todo caso procurará atraer a su público mediante la calidad del servicio y un reclamo publicitario.
Evidentemente el desarrollo de los balnearios se encuentra estrechamente ligado al veraneo, por lo que la temporada se limitaba a los meses estivales. A ellos se desplazaban familias al completo, con la excusa de la cura de uno o más de sus miembros, mientras que el resto disfrutaba del relax, la vida social, las actividades de ocio ofrecidas por el balneario, y el confort.
Paulatinamente, durante este período, irán sufriendo una serie de modificaciones que acabarán por convertirlos en complejas instalaciones, en las que se ofrece al usuario no sólo asistencia médica y confort sino un buen número de prestaciones y servicios que permitirán la completa regeneración de la persona.
El balneario constituirá a la vez un centro terapéutico basado en las aguas pero también un hotel de vacaciones; como centro terapéutico ha de establecer un lugar central, el baño de las fuentes, mientras que como complejo hotelero ha de ser confortable, amplio, con salones y salas de juegos, teatros, capillas, casinos, jardines, etc., que han de estar integrados armónicamente en el conjunto del edificio.
La edificación de modernos establecimientos turísticos-hoteleros, junto a los grandes hoteles, no es sino la manifestación de un proceso histórico de crecimiento económico, de acumulación de capital y de formación de una clase burguesa que consideraba el turismo balneario como una nueva empresa mercantil. Suelen ser edificios singulares de dos o tres alturas, de inspiración ecléctica, unidos a los baños mediante galerías acristaladas; con salones para baile, gabinetes de lectura, comedores, salas de billar, capilla, además de habitaciones sencillas o dobles.
Las continuas mejoras en dichos balnearios contribuyeron a reforzar la marcada jerarquización que les va a definir, puesto que esa estrategia renovadora se orienta no sólo a la satisfacción de la necesidad meramente terapéutica sino a las demandas de la burguesía en cuanto a necesidades de relación social y ocio.
De esta forma se puede apreciar como en ellos irán desapareciendo progresivamente los lugares de acogida de las clases populares al tiempo que se dota a éstos de instalaciones para actividades complementarias de entretenimiento y diversión. Ese principio de segregación también se aprecia en el equipamiento del alojamiento entre los que pueden encontrarse desde económicas posadas y habitaciones de alquiler a chales o villas en propiedad o alquiler, pasando por diversas categorías de pensiones, hostales y hoteles.
Simbiosis de ocio y salud que alcanza un notable desarrollo en los balnearios, cuyo tratamiento requería un horario ordenado y repetitivo. Paseos, tertulias y juegos de salón eran las distracciones habituales, que en ocasiones se diversificaban con la existencia de un casino, actividades con un evidente reflejo arquitectónico.
Todo ello en un período en el que evitar el calor y cambiar de escenario durante el verano para acercarse a un ambiente algo más natural se convierte en un hábito que se generaliza en los sectores sociales más acomodados, esencialmente en la segunda mitad del XIX.
Los Baños de Jabalcuz, punto de reunión de los reumáticos de la provincia de Jaén y lugar de recreo de la clase acomodada de la ciudad, no llegarán a alcanzar el nivel de prestigio de los más destacados balnearios de la Península, pero su relevancia social y económica no puede eludirse, constatando una progresiva transformación de sus instalaciones y entorno, llegando a alcanzar su mayor esplendor tras ser adquirido por Don Manuel Fernández Villalta.
Jabalcuz no hace sino seguir la tónica general aunque más pausadamente. En el XIX comienzan a surgir en el mundo balneario los primeros empresarios impulsores de estos establecimientos, que para su conversión en modernas instalaciones termales precisan de una inversión, planificación y divulgación, en definitiva de toda una parafernalia donde el ocio y la atracción adquieren especial trascendencia.
Probablemente las carencias de nuestro balneario se deban en gran medida a la ausencia en la capital de un verdadero empresario o promotor que se percatase de las demandas de sus usuarios; al hecho de que sus propietarios tuviesen escasas iniciativas y resultasen incapaces de rentabilizar instalaciones que requerían fuertes inversiones, dado que su carácter estacional provocaba constantes deterioros.
De modo que si de manera generalizada en la Península la significativa relevancia económica de los balnearios, unido a la mejora de la infraestructura viaria y los medios de transporte, así como los conocimientos médicos-terapéuticos, explican el creciente interés de la gran burguesía decimonónica en la construcción y explotación de estos establecimientos, en el caso que nos concierne no se llega a fomentar, ni explotar adecuadamente el manantial.
En cualquier caso y aunque llegue a asegurarse por parte de la dirección médica del establecimiento que se encuentra entre uno de los mejores de su clase, distará considerablemente de los complejos de mayor nivel y prestigio del país. No en vano, irá a remolque, pues si durante el periodo de la Restauración (1.874-1.898) es cuando estas instalaciones adquieren su mayor expansión, iniciándose su decadencia entre 1.898 y 1.923, en el caso de Jabalcuz se alcanzará su mayor esplendor en la segunda década del XX, lo que demuestra una diferencia abismal con respecto a los establecimientos más prestigiosos del país, siendo en 1.925 cuando se realice el proyecto más ambicioso para convertir el entonces “(...) modesto y desapercibido diamante en la refulgente joya de una verdadera Ville d´eau andaluza (...)”, transformando sus instalaciones en un “(...) balneario a la moderna, que a la vez de ser lugar de alivio a humanos dolores por las maravillosas dotes terapéuticas de sus aguas, encierre los precisos elementos de comodidad, bienestar y recreo veraniegos para las diversas/ clases sociales de Jaén y sus provincias limítrofes (...)”.
Muestra de esa evolución que paulatinamente va modificando Jabalcuz es el hecho de que las instalaciones progresivamente van a hacerse más complejas, encontrando nuevas construcciones, como el templete octogonal, que se alza delante de la fachada de ese último cuerpo, y contiguo a él, por el SO, se levanta “(...) una casa que da frente a las puertas de los baños (...)”, dedicada a vivienda del bañero en el piso bajo y del médico-director en el principal.
Reflejo de esa condición de estación termal que comienza a adquirir Jabalcuz, a pesar de sus carencias, es la planificación y desarrollo cada vez mayor de un urbanismo junto al edificio primario generado por el manantial. Urbanismo tal que MADOZ referirá al respecto que “(...) las casas componen un pueblo (...)”, obviamente las condiciones no son las más adecuadas empero nos encontramos ya ante el germen de esa ciudad ideal o ciudad de las aguas que suele surgir pareja a las instalaciones balnearias.
Años más tarde, en 1.849, en la Memoria de la topografía médica de los baños minero-medicinales de Jabalcuz, Juan Miguel NIETO señalará que “(...) Hasta ahora no existe ningún edificio o casa de pobres, ni donde hospedar a los enfermos de la clase militar para cuyo objeto el Ayuntamiento de esta ciudad se ocupa en la actualidad de un proyecto de mejora del establecimiento que satisfaga esta urgente necesidad (...)”[6]. Su afirmación viene por una parte a corroborar la existencia de un plan urbanístico en torno al balneario, que si bien se ve impulsado por las necesidades de la concurrencia, a la hora de llevarse a la práctica va conformando todo un complejo conjunto urbanístico. Conjunto en que paulatinamente va quedando patente esa jerarquización social que no puede desligarse de la vida balnearia decimonónica. De hecho los pobres necesitan un albergue con condiciones específicas y los militares otro que respondan a los individuos de su clase, pero en cualquier caso edificaciones totalmente independientes de las que hospedan al resto de bañistas, que igualmente comenzarán a distribuirse según su condición social.
La exhortación de Juan Miguel Nieto fue atendida por el Ayuntamiento que, en 8 de Enero de 1.849, elabora un proyecto de reformas del establecimiento siendo crucial “(...) la construcción para la próxima temporada de otras dos balsas en que puedan bañarse por separado los sujetos que usan estos baños por medicina, de los que los toman por recreo y limpieza (...)”, disculpando la tardanza en la realización de estas imperiosas obras por “(...) el excesivo costo de ellas y el temor de que dividiendo el raudal de aguas esta pudiera perder algunos grados de su temperatura y por consiguiente parte de sus virtudes medicinales (...)”.
Nos encontramos pues en un estadio más desarrollado de la vida de la estación balnearia. Para empezar se reconoce el derecho de tomar las aguas con unas condiciones específicas tanto a aquellos agüistas que lo hacen por necesidad como a quienes acuden al paraje buscando cierta regeneración personal; es por ello por lo que a partir de entonces contarán con balsas diferenciadas, de modo que los bañistas que acuden al lugar de forma ociosa no interfieren a los enfermos, ni éstos suponen una cortapisa para aquellos.
De manera que podríamos señalar que el concepto de los baños comienza a modificarse, entendiéndolos ya como un complejo en que se han de intentar satisfacer las demandas de los usuarios, ofreciendo prestaciones que van más allá del mero hecho de tomar las aguas.
Obviamente aún no nos encontramos en esa fase en la que el curista se transforma en turista, fomentado por el carácter pintoresco de las inmediaciones de la estación y el prestigio social que de su estancia se desprende. Aún habrá que esperar para que en Jabalcuz se desarrolle toda esa parafernalia complementaria en torno a los baños, donde el ocio y la atracción generen otras actividades que configuren la vida del balneario, sin embargo aparecen ya los primeros gérmenes del elitismo que se configurará como una de las primordiales señas de identidad de este tipo de instalaciones a fines del ochocientos. El paternalismo al que hace referencia la Corporación Municipal, al reseñar la necesidad de edificar un albergue para los pobres de solemnidad, deja claramente patente la existencia de marcada dualidad social entre los bañistas, que propiciará una segregación espacial, permitiendo que la élite ocupe los espacios de privilegio mientras los más desfavorecidos se verán relegados a los espacios marginales.
Así mientras los agüistas más acomodados cuentan en estos momentos con el albergue que les proporcionan las casas inmediatas a las termas, construidas por particulares y el Cabildo Catedral, se proyecta la construcción de un cobijo para los “pobres de solemnidad”.
En 1.861 tendrán lugar una serie de actuaciones que pretendían dotar al conjunto balneario de un nuevo impulso, promovidas por particulares. Intervenciones que si bien no llegarán a buen término hacen referencia, no sólo a la existencia de cierta mentalidad burguesa en la ciudad, sino a la relevancia que desde ciertos ámbitos sociales comienza a dotarse a los baños de Jabalcuz como lugar de recreo de destacados sectores de la población local.



Años después, en 1.866, Manuel María BACHILLER, al referirse a los Baños de Jabalcuz, realiza una pormenorizada descripción tanto del balneario propiamente dicho como del conjunto urbanístico:
“(...) situados al pie del cerro de su nombre; hasta la cuesta de los baños domina siempre el camino el sitio llamado Valparaíso, presentándose en todo el tránsito una frondosa arboleda que ofrece pintoresca y agradable vista. Pasada esta cuesta se descubre la casería de Jerez, junto a la cual se construyeron hará poco más de 20 años, una hilera de casitas formando calle, con todo lo necesario para habitarlas en las temporadas de baños. En esta casería se ha construido un grande baño que llaman de Jerez cuya agua parece ser la misma que nace en Jabalcuz, aunque con más baja temperatura por la mayor distancia que hay desde su nacimiento y por ser más escaso el manantial. A poco se encuentran los baños minerales de Jabalcuz y los edificios que los rodean (...)”.
A lo que añade que poseen “(...) todo lo necesario y comodidades para los bañistas, como sala de preparación o cuartos de temperatura media, para hacer menos sensible la salida al aire libre; templete para resguardarse del sol y de la lluvia a los que salen del baño o los que lo esperan; habitaciones para el médico-director y para el bañero varias casas de propiedad particular, y en la temporada de baños se ocupan por familias que tienen que tomarlas con mucha anticipación; y se venden comestibles y licores; no careciéndose tampoco de estanco de tabacos y demás efectos ni de correo (...)”.
No obstante, y a pesar de estas puntuales iniciativas, el conjunto balneario aún dista para convertirse en una moderna y confortable estación termal.
Pese a todo nos hallamos en un momento crucial en el desarrollo del establecimiento, no en vano en 1.870 se procederá a su pública subasta, consiguiendo así pasar de manos públicas a las particulares, que obviamente podría propiciar un nuevo impulso al balneario.
Podemos deducir ya la existencia de una jerarquización espacial estrechamente vinculada al lugar central o primario -el balneario- pues son más elevados los precios del albergue en aquellas edificaciones más cercanas a los baños, mientras que éste desciende conforme la distancia a los mismos aumenta.
Junto a ello demuestra ese relego de las clases más desfavorecidas, no se les destina a zonas marginales sino que simplemente el albergue destinado a ellos fue derruido en 1.874 y no se han llevado a cabo ningún tipo de iniciativa por parte de algún particular o del Municipio para rehabilitarlo y permitirles un descanso decente..

RIERA y SANZ al referirse a los Baños de Jabalcuz en 1.883 señala que “(...) este establecimiento es de lo más abandonado que en España existe, en lo referente a su régimen y organización. Allí de muy antiguo, se bañaba quien quería, sin consultar ni atender las prescripciones y consejos del médico-director, cuya representación oficial es poco considerada y respetada (...)”.


Un año más tarde, en la memoria de 1.884 Juan Miguel NIETO del CASTILLO reflejará su notable satisfacción tras haber dado “(...) principio las urgentes reformas que este establecimiento reclama y a la vez las ya recientemente ejecutadas en este balneario que han transformado completamente no solo el aspecto del edificio donde se hayan las termas, sino las condiciones higiénicas y de comodidad tan precisa en esta clase de establecimientos (...)”. De sus palabras se desprende no sólo la ejecución de unas reformas perentorias sino la relevancia que en estas edificaciones adquiere la apariencia arquitectónica, que en todo caso puede colaborar a aumentar ese aspecto de pulcritud, pureza y salubridad preciso en toda edificación de carácter terapéutico.

Dichas intervenciones arquitectónicas conllevarán la transformación completa del balneario. Pese a ello en 1.889 el nuevo médico-director, Luis Ramón GÓMEZ TORRES, volverá a incidir en su lamentable estado afirmando que “(...) las condiciones del establecimiento dejan mucho que desear (...)”, aunque confía en los propósitos de su propietario, Manuel Fernández Villalta, y confía en que “(...) no tardaremos mucho en ver Jabalcuz convertido en verdadero establecimiento de baños (...)”. No obstante Jabalcuz, en estas fechas, dista ampliamente del estado en el que se encontraba sumido en las temporadas anteriores a la gran reforma arquitectónica de 1.884. De forma que ahora cuenta incluso con su propia fonda “(...) levantada sobre dichas charcas (...)”.

En 1.893 estima Luis Ramón GÓMEZ TORRES que “(...) el establecimiento balneario de Jabalcuz se coloca en la actualidad a una altura, entre los de su clase, que era imposible preveer hace algunos años (...)”, a lo que sin duda contribuyen “(...) los buenos deseos de su propietario Don Manuel Fernández de Villalta que cada año introduce alguna mejora de mayor o menor importancia (...)”. No obstante, si bien las progresivas reformas habían ido transformando y adecentando no sólo las precarias instalaciones de Jabalcuz sino su entorno[10], decisivo nos parece la admisión del facultativo de que para ello “(...) no se gasta grandes capitales, que serían necesarios para montar el establecimiento con el lujo que se requiere la presente época (...)”.

Manuel Fernández Villalta[1] llevará a cabo valiosas iniciativas como la construcción en 1.893 de “(...) un bonito lago con un islote en el centro en un sitio próximo al balneario, conocido por el chilanco, sitio por demás pintoresco rodeado de una vegetación exuberante y resguardado de las calores del estío por árboles que le rodean (...)”, que nuevamente nos introduce en la potenciación de un urbanismo a expensas de los baños, que en última instancia actúan como generadores de toda esa arquitectura, a la par que remarca la relevancia del interés por la naturaleza por parte de la sociedad decimonónica, en un intento de alcanzar un estadio ideal. En cualquier caso las reformas nunca llegarán a resultar suficientes.

Causa determinante del estancamiento en el desarrollo arquitectónico y urbanístico de Jabalcuz será la puesta en servicio, en 1.893, de la línea ferroviaria Linares-Campo Real por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Pues, si bien una de las razones que en su día se esgrimieron para conseguir dicha línea fue el facilitar la afluencia de agüistas a los baños de Jaén y Martos, la realidad es que posibilitó el acceso de los giennenses a los baños o playas de Málaga con los populares “trenes-botijo”. Gracias a este económico sistema las gentes podían acudir a Málaga, una ciudad llena de atractivos, a tomar los baños, lo que indudablemente repercutió en los incómodos y aburridos balnearios giennenses que verían disminuir paulatinamente su clientela, y, por ende, sus ingresos.





De forma que Jabalcuz atraviesa un delicado momento. No sólo no ha logrado dicho apogeo sino que el nuevo médico-director, Benito MINAGORRES, al redactar la memoria anual de 1.896, expone el pobre estado de las propiedades de Manuel Fernández Villalta, tanto del balneario como las cuatro casas inmediatas a aquél.

Probablemente lo más elocuente a la hora de acercarnos al verdadero estado del paraje es la ausencia total de una serie de condiciones e infraestructuras arquitectónicas que derivan en una ausencia de higiene, elemento imprescindible no sólo en este tipo de instalaciones terapéuticas sino en todo ese conjunto urbanístico que se desarrolla en torno a las mismas. De forma que en 1.897 “(...) las cuatro casas grandes que componen la llamada Casería de Baños carecen de retretes y los bañistas que las ocupan arrojan las aguas sucias y las deyecciones a un vertedero que existe al otro lado de la carretera (...)”, lo que obviamente produce “(...) emanaciones pestilentes (...)”[11] nada dignas de un conjunto que se denomina balneario y en el que pretende prestarse al concurrente además de servicio terapéutico, un espacio placentero en que facilitar su reposo, descanso, ocio, relax y regeneración integral.

Lo lamentable es que algunas de esas carencias arquitectónicas llegan incluso a incidir en la salud de los concurrentes, de modo que la ausencia de la galería de cristales, que durante sucesivas temporadas se había solicitado desde la dirección del establecimiento, y que finalmente se instala, en 1.898, llegó a provocar “(...) varias bronquitis y alguna que otra neumonía entre los bañistas que antes de llegar a su cuarto encontraban aquel corredor tan ventilado y molesto (...)”.

Así mientras que los establecimientos de mayor fama en el país han ido consolidándose con la construcción paulatina de adecuadas instalaciones para los tratamientos hidroterápicos y el ocio, agregando, a los clásicos baños de pila, baños de lodo, baños de vapor, duchas y salas de bebida y masaje, incluyéndose además algún baño de lujo y en ocasiones piscina, Jabalcuz dista de todos estos adelantos.

No obstante el auténtico referente de que Jabalcuz aún continúa a remolque, sin llegar a comprender el exacto significado que supone transformarse en un complejo balneario hay que buscarlo en el ámbito de las relaciones sociales, que se convierten en el principal exponente de la vida balnearia y su prestigio. Resulta impresionante que se pretenda mostrar a Jabalcuz como un importante balneario, que ,si bien durante años ha contado con numerosas carencias, con el impulso y las iniciativas de su propietario, Manuel Fernández Villalta, podría llegar a convertirse en uno de los primeros de su clase.

Pero la realidad es que a fines del XIX no ofrece a los concurrentes ninguna prestación digna de mención[12] más allá de sus aguas medicinales, lo que es reflejado en la memoria redactada en 1.899 por Mariano SALVADOR y GAMBOA:
“(...)no ofrece el establecimiento a los concurrentes ni un periódico, se comprenderá el aburrimiento que necesariamente sienten los enfermos y sus acompañantes que por todo paseo tienen la carretera y por todo centro de reunión el vestíbulo del balneario donde hay un piano cuya llave se consigue previos ciertos trámites, y una mesa de juego de la época de Calomarde en el consiguiente estado de deterioro donde algunos bañistas si se buscan de llevar las barajas pueden jugar algún rato.
Por las tardes las gentes que acuden de Jaén distraen un poco pero como no hay salones, ni periódicos, ni mesillas para juegos, ni juegos de campo ni apenas bebidas que tomar, se alejan pronto del balneario y solamente en los merenderos inmediatos encuentran algún solaz entre rebanadas de salchichón y copas de manzanilla o botellas de gaseosas.
Por las noches, que en el estío son tan deliciosas en aquel paraje, reina la más deplorable oscuridad si no campea la luna, pues el establecimiento solo ofrece dos o tres faroles de luz de aceite que más parece un sufragio de algún alma en mucha pena que un medio de ahuyentar las tinieblas y dar animación a la concurrencia.

De las comunicaciones está Jabalcuz a misma altura de todo lo demás(...). Son necesarios todos aquellos medios que establezcan comunicación inmediata con la capital y con toda España y teniendo tan cerca el telégrafo no se concibe que no haya telégrafo o teléfono combinado como pudiera haber alumbrado eléctrico y como pudiera y debiera haber en los terrenos adyacentes, paseos y glorietas que sirvieran de punto de reunión y esparcimiento a los bañistas (...)”.

Todo ello no hace sino incidir en las reales carencias del establecimiento balneario; en las postrimerías del XIX lejos de ofrecerse a los concurrentes todo tipo de prestaciones, incluidas aquellas que propicien su ocio y relax, han de ser los propios clientes los que han de propiciarse la diversión, teniendo presentes las considerables limitaciones a las que se encuentran sujetos.


Describe MADOZ ese urbanismo señalando que en las inmediaciones de los baños, frente a la Casería de Jerez, se alzan una serie de edificaciones de carácter doméstico; a ellas se suman otras “(...) más pequeñas de piedra y embovedadas (...)”, de una sola planta, vendidas a particulares y anteriormente propiedad del Cabildo Catedral, junto a las cuales se levantan “(...) otras pocas de mala construcción y mal sanas (...)”. Todas las cuales configuran una calle a “(...) cuyo frente se encuentra la ermita (...)”.

Entorno que desde la dirección-médica de Jabalcuz es descrito en la memoria oficial del establecimiento de la siguiente forma:

“(...) No puede darse panorama más hermoso que el que nos ofrece Jabalcuz con todos sus alrededores. Bellezas de una vegetación exuberante de diversos matices colinas de suaves ondulaciones contrastando con las enhiestas cumbres de elevados cerros. Todo contribuye a que el viajero que visita por primera vez tan frondosos sitios compare esta hermosa región con algunos parajes de la Suiza (...)”.














Bien de Inteés cultural.

Mediante Decreto 305/2009, de 14 de julio, el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía acordó inscribir en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Sitio Histórico, el Balneario y Jardines de Jabalcuz.

En un comunicado, el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Jaén indicó que a partir de ahora se hará saber a los titulares de derechos y simples poseedores de bienes, entre los que se encuentra el Consistorio, que tienen el deber de conservarlos, mantenerlos y custodiarlos, de manera que se garantice la salvaguarda de sus valores. Asimismo, deberán permitir su inspección por las personas y órganos competentes de la Junta de Andalucía así como su estudio por los investigadores. Por su parte, el Ayuntamiento de la capital debe proceder a la suspensión de las correspondientes licencias municipales de parcelación, edificación y demolición de las zonas afectadas y las obras con carácter inaplazable deberán contar con autorización previa.[1]